Las raíces de la danza folklórica mexicana se remontan a muchos siglos atrás. Aunque cada región y estado es el hogar de varios tipos y estilos de baile, todos tienen su origen en las tres principales tradiciones de la danza: Danza- La forma más antigua de las danzas folklóricas mexicanas, tiene sus raíces en Mesoamérica, durante la época de los Mayas y Aztecas. Las danzas rituales a menudo están enlazadas con aspectos religiosos. Por ejemplo, la danza de Tlacololeros que se baila en el estado de Guerrero, y se realiza durante la temporada de la cosecha.
La danza mexica o danza azteca originaria de México es la denominación de los actos rituales que se interpreta como un rezo de agradecimiento a la madre tierra, al viento, fuego, lluvia incluso animales por todo lo que nos dan, ejecutados con movimientos corporales acompañados de música rítmica producida principalmente por instrumentos de percusión, característicos de la cultura mexica.
La historia de la danza y sus representaciones ha pasado por varias etapas y ha sido entendida de diferentes formas. A grandes rasgos se puede hablar de una primera que sería la «etapa prehispánica»: En la época prehispánica al “canto y la danza” se le denominó “In Cuicatl InXochitl” (el Canto y la Flor), porque era una forma de ofrenda que permitía estar en contacto con las deidades que se manifestaban en la naturaleza. Una segunda la «etapa colonial» que en realidad abarca hasta nuestros días.
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Historia del Mito de la Danza del Cenzontle
Este mito es la historia del hermoso pájaro de canto dulce, cuyo origen es la reencarnación de una bella mujer. Los nahuas creían que cuando una persona moría, tenía la capacidad de transformarse en ave, y ello, aunado a la increíble capacidad cantora de los cenzontles, este animal se mitificó y se convirtió en parte de la cultura en forma de leyendas e historias.
Xomecatzin, el Señor del Sauce era un viejo mercader del reino de Chalco que recorría los caminos cargando preciosos anillos, joyas de oro, piedras preciosas, pieles multicolores, además de hierbas aromáticas y curativas. Cierto día se organizó una caravana de mercaderes mexicas con destino a Tehuantepec; Xomecatzin, que por esos días se hallaba en tierras tenochas, se unió a la expedición.
Los mercaderes, que también eran valientes guerreros, iban cruzando el río de las mariposas, llamado hoy Papaloapan, embarcados en fuertes canoas, cuando escucharon un canto no identificado hasta entonces. Los comerciantes mexicas desembarcaron al oír esta dulce melodía y se adentraron en el espeso bosque del rio.
Cuando llegaron al lugar del que surgía el canto, los mercaderes se asombraron al descubrir a una hermosa doncella cuya mirada dirigía a la Luna. La joven misteriosa fue capturada a pesar de sus suplicas y la obligaron a subir a la embarcación. El camino era largo hasta Chalco, así que tomaron un pequeño descanso. Cuando Xomecatzin llego a su palacio llevo a la triste mujer a sus aposentos, ahí la tranquilizo; como no consiguió que la joven hablara, a pesar de todas sus preguntas, le dio un nuevo nombre: Cenzontle, que significa cuatrocientas voces.
Xomecatzin le ofreció todas sus riquezas y abalorios, las plumas multicolores del pájaro quetzal y papagayos, las esmeraldas los aderezos de oro, la obsidiana, las pieles de jaguares y los trajes exquisitamente labrados. Cenzontle ni siquiera se emocionó al ver tan fascinantes riquezas, pues ella había observado esas y muchas otras cosas en el bosque donde habitaba.
Gracias al enorme tesoro que poseía, Xomecatzin pudo ofrecer una gran fiesta para agradecer a las energías generadoras el haber hallado tan bella mujer. El requisito para asistir era adornarse con rosas, las flores más preciadas de la naturaleza. Todos se engalanaron con ellas. Sin duda, Cenzontle destacaba por su gran belleza entre todos los participantes. Vestía un hermoso traje confeccionado con las más finas telas, regalo del Xomécatl.
El festejo duró tres días. Al término, Xomecatzin se desposó con la encantadora Cenzontle. A pesar de todos los regalos que le ofrecía su esposo, Cenzontle no era feliz. Pasaba los días postrada en el umbral de su palacio sin pronunciar una palabra. Cierto día, el tequihua Xomecatzin tuvo que partir a una expedición hacia las fortificaciones de Danibaab, que era un cerro
sagrado, llamado Monte Albán, pues tenía que cumplir una misión militar. Dejó a su mujer a cargo de sus esclavos y se encomendó a las energías para llegar con bien a su destino.
Cuando la expedición avanzaba cerca de los bosques que colindaban con el rio de las mariposas, Xomecatzin escuchó un hermoso canto que le pareció conocido. De inmediato ordenó desembarcar y se adentró en los espesos follajes. En el sitio donde se entonaba la melodía, descubrió parado en una rama un insignificante pajarillo, que huyó despavorido al verlo acercarse sigilosamente.
La caravana cumplió su misión y meses después iban de regreso a su hogar. Al llegar a su palacio. Xomecatzin fue recibido con la terrible noticia: ¡Cenzontle había muerto!
Una tarde nublada Cenzontle había fallecido y su alma se convirtió en un hermoso pájaro que emprendió el vuelo hacia la lejanía emitiendo tristes y desgarradoras notas. Xomecatzin, dolorido, recordó el pájaro que había visto días atrás junto a las aguas de Papaloapan y sufrió mucho al saber que su mujer se había alejado de sus brazos para siempre.